En los planos de Imboldeur,el continente donde las estrellas se acercan más a la tierra, un astrónomo de la raza hedron observaba los cuerpos celestes desde la cima de su torre de investigación. Lo único que le quedaba era su torre de astronomía, una pequeña torre entre las praderas de Imboldeur, solo tenía su torre y su viejo telescopio que paso a sus manos por herencia.
Cada noche se sentaba en la cúspide del edificio y contemplaba el cielo estrellado, estudiando cada constelación y astro que pasaba cerca de su vista. Los astrónomos hedron técnicamente se enamoran de la belleza de las estrellas, no hallan el amor con otras personas después de estudiar a fondo el poder y belleza de estas llamas que viven en los cielos.
En Imboldeur pasaba algo único en la vida, y que cualquier hedron quisiera ver, pasarían las legendarias Lágrimas de Tralvaldean, la lluvia de meteoritos más hermosa de todas. El astrónomo se preparo por este momento de una vez en la vida.
La gran noche llego, a solo minutos de que pasara la lluvia, el astrónomo observo un resplandor azulejo que venía a de lo lejos de su torre, lleno de curiosidad, llevo su telescopio en sus espaldas y caminando llego hasta un árbol viejo y seco. Se perdía de la lluvia de meteoritos por una falsa visión que creía que era por su soledad y su edad. Hasta que a sus espaldas fue sorprendido por una persona. Una bella mujer hedron que en sus ojos ella radiaba un brillo que no resistía.
El astrónomo encantado, pregunto y hablo por toda la noche con la dama, no importaba cuantas preguntas le hiciera la señora no perdía el misterio. Amaneció y la lluvia termino, el astrónomo veía el cielo, lamentado por no ver el espectáculo, solo reía de la vergüenza por no notar el paso de las horas. La dama solo sonreía con modestia. Le dijo.
"No te desanimes hechicero que mira los cielos, puede que hallas perdido esta gran magia con el que universo juega, pero ganaste algo mucho más grande aunque no te des cuenta, volveremos a vernos en el cumpleaños de la Estrella Azul del Este".
El astrónomo sin dejar de ver el amanecer, con la única duda, quiso ver a la misteriosa dama, pero se marcho con el mismo misterio en el que llego, el árbol marchito comenzó a cobrar vida, dando flores rojas color rubí. Con exactitud se verían en nueve años.
Los años pasaron en un parpadeo, pero el astrónomo enfermo gravemente, con sus últimos alientos fue hasta el gran árbol que florecía nuevamente con las flores de color rubí, se sentó en a las raíces del árbol y espero. Miraba a las estrellas mientras tosía su último aire, y logro ver descender demasiadas estrellas azules, y entre ellas descendía la misteriosa mujer que vio en nueve años atrás, ella era un ángel, los guardianes de las estrellas y astros, por eso se enamoro de ella a primera vista, por esa razón no pudo dejar de verla, ella misma era una estrella. Con esa última sorpresa falleció, la ángel estaba destrozada, olvido que el era un mortal y lo hiso esperar demasiado.
El ángel azul llena de un amor destrozado y extinto, adopto un brillo rojo y prometió regresar ese mismo día cada cumpleaños de la Gran Estrella Azul del Este. Regreso a los cielos, a su hogar.
Cada cumpleaños de la Gran Estrella Azul cada 76 años llegaba un cometa rojo, y eso significaba que el ángel volvía y visitaba el árbol por toda la noche para horrar a su amado astrónomo.
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